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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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14-12-2015

 

Crecimiento, catastrofismo y marxismo en América Latina

 

 

SURda

Opinión

Rolando Astarita

 

Durante buena parte de la década de 2000 América Latina ha tenido un elevado crecimiento económico, y mejoraron muchos indicadores sociales. Esto ha dado lugar a un debate en la izquierda acerca de la naturaleza de esta mejora, y la actitud a tomar ante los gobiernos que están al frente de estas economías, en especial ante aquellos que se proclaman de izquierda, o progresistas. En esta nota quiero analizar la cuestión desde la teoría de Marx. Empiezo con algunos datos sobre la evolución de las economías latinoamericanas en la década.

Las economías latinoamericanas en los 2000

A partir de 2003 las economías de América Latina experimentaron un crecimiento promedio del 5,5% anual; en 2010 sería del 5,2%. Entre 2005 y 2010 el PBI por persona creció al 2,7% anual. Entre 2004 y 2008 la formación bruta de capital fijo en América Latina aumentó a una tasa anual del 11,6% anual, frente a una caída del 3,3% entre 2000 y 2002 (CEPAL, 2009). La productividad en la industria y la agricultura, que estaba aumentando desde los noventa, continuó creciendo también en el promedio de América Latina (ver más abajo). En 2010 el desempleo se ubica en el 7,8%, cuando en 2002 superaba el 11% (CEPAL idem).

Acompañando al crecimiento, en esta década unas 40 millones de personas –la población de América Latina es de 580 millones– salieron de la pobreza. La pobreza en 2007 alcanzaba el 34,1% de la población, contra el 40,5% en 1980 y el 44% en 2002. La indigencia en 2007 era del 8,1%, contra el 18,6% en 1980 y el 19,4% en 2002 (CEPAL 2008). Paralelamente, y aunque no puede interpretarse como un cambio significativo de los patrones prevalecientes en la región, disminuyó la desigualdad de los ingresos en varios países. Entre 2002 y 2007 el 40% de los hogares con menores ingresos incrementaron por lo menos un punto porcentual su participación en el ingreso total en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Paraguay y Venezuela (el máximo es Venezuela, con cuatro puntos). A su vez el ingreso del 10% más rico se redujo en esos países entre cuatro y cinco puntos porcentuales (con excepción de Paraguay). Aunque en Colombia, Costa Rica, Ecuador, Perú, México y Uruguay no hubo alteraciones, en promedio la desigualdad disminuyó en la región con respecto a los años anteriores a 2002. Aunque, es importante destacarlo, es apenas menor que en 1990 . En 2007 el coeficiente Gini era 0,515 y en 1990 se ubicaba en 0,532 (CEPAL 2008 ).

Además, la mayoría de los países pasaron a tener superávit en sus balanzas comerciales, favorecidos en buena medida por la expansión del mercado mundial, el incremento de la productividad (en particular en la agricultura) y la mejora de los términos de intercambio. En 2001 la región tenía un déficit en cuenta corriente equivalente al 2,6% del PBI; en 2003 pasó a ser positivo, y se mantuvo positivo hasta la crisis de 2009. El índice de términos de intercambio de bienes se ubicaba en 121,5 en 2008, contra 100 en 2000. El índice del poder de compra de las exportaciones de bienes de la región era 171,1 en 2008, contra 100 en 2000. Como resultado de la mejora de las cuentas externas y fiscales, en prácticamente toda la región disminuyó en nivel de endeudamiento. La deuda externa como proporción del PBI bajó, en América Latina, del 36,4% en 2001 al 18,7% en 2008 (CEPAL 2010).

Interpretaciones divergentes

Esta mejora de los indicadores económicos y sociales resultó inesperada para la izquierda “catastrofista”, esto es, para aquella que sostuvo durante años que el sistema capitalista en América Latina estaba agotado, y solo podía generar más miseria, hambre y desocupación. Sin embargo esta visión pareció encajar muy bien con lo que sucedía en América Latina en la década de 1980, y durante el período que va de 1990 a 2003, signado por algunas expansiones, pero interrumpidas por crisis profundas y depresiones. Por aquellos años bastaba con mostrar cómo crecían la miseria, la desocupación, la polarización social o la precarización del empleo, para mantener una posición crítica frente al capitalismo, al menos en América Latina. En este punto había, además, una coincidencia con la izquierda nacional y popular, que se oponía a las reformas neoliberales, aunque con un enfoque algo distinto. Es que las corrientes nacionales atribuían los males y sufrimientos que padecían los pueblos latinoamericanos a los programas neoliberales, y a la hegemonía del capital financiero y especulativo. La izquierda nacionalista no planteó que hubiera alguna “crisis crónica”, o final, del capitalismo. En cualquier caso, ambas corrientes coincidían en rechazar a los gobiernos que aplicaban las políticas de “ajuste”, aperturas comerciales y liberalización de los mercados.

En síntesis, según la izquierda radical, que se reivindicaba del marxismo, el neoliberalismo era la quintaesencia del capitalismo senil. Pero de acuerdo al enfoque de la izquierda nacional, el neoliberalismo era el producto del triunfo circunstancial de la fracción de derecha, antinacional y financiera, de las burguesías latinoamericanas.

Naturalmente, cuando sobrevino la recuperación económica, ambos enfoques colisionaron . Por el lado de la izquierda radical, el crecimiento de América Latina a partir de 2003 fue un acontecimiento casi imposible de encajar en los esquemas a los que estaba habituada. De ahí que haya una permanente necesidad de destacar las continuidades –sigue habiendo hambre, desocupación, atraso, etc.–  y de disimular los datos que muestran mejoras. ¿Cómo puede ocurrir que bajen la desocupación o la pobreza, si el capitalismo está en su etapa senil? Para las corrientes del pensamiento nacional, en cambio, la recuperación se explica por lo político. A la hegemonía del neoliberalismo, sostienen, le ha sucedido el ascenso de las fracciones nacionales e industrialistas de las burguesías latinoamericanas, y esto explica el crecimiento económico, las mejoras de salarios y la caída de la pobreza. Son los pueblos los que han desplazado a la derecha neoliberal, y los gobiernos industrialistas reflejan este avance. De ahí el énfasis en que “la política ha recuperado su lugar, por sobre la economía”. Este argumento plantea, además, otro problema para la izquierda radical, ya que ésta venía caracterizando que los trabajadores y los pueblos habían encarado, entre fines de los años noventa y comienzos de la nueva década, una ofensiva revolucionaria. ¿Cómo es posible que todo siga más o menos igual, si había grandes triunfos? De aquí también la inclinación, por parte de la izquierda radical, a atribuir el apoyo de los trabajadores a gobiernos como el de Lula o Tabaré (o a Kirchner) a una confusión, o al engaño de las clases dominantes.

Naturalmente, entre estas posiciones polares hay muchas intermedias. Por ejemplo, marxistas que se convirtieron en partidarios de la corriente nacional, y variantes semejantes. Pero las líneas fundamentales se reparten según lo planteado.

Desde el punto de vista de la táctica política, la izquierda nacional “no catastrofista” sostiene que hay que cerrar filas detrás de los gobiernos y partidos que están al frente de estos procesos progresistas e industrialistas, porque la derecha y el imperialismo quieren volver a los noventa. De ahí también que los pensadores de la corriente nacional y popular piensen que la estrategia de la derecha y el imperialismo sea el golpe militar. ¿Cómo podrían triunfar si no es con un golpe militar, dado el clima de conformidad de los pueblos con sus gobiernos progresistas?

Puestas así las cosas, la izquierda radical señala que los gobiernos de Lula, Kirchner, Bachelet, Evo, etc., son burgueses. La izquierda nacional más izquierdista, y algunos marxistas que la acompañan (táctica del “frente unido”), responden que sí, que son burgueses, pero que de todas maneras son mejores que los gobiernos de los ochenta o noventa, y por lo tanto hay que apoyarlos. De manera que el debate queda empantanado.

Análisis alternativo basado en Marx

Frente a las posiciones anteriores defiendo un enfoque alternativo, basado en Marx, que rechaza tanto la tesis catastrofista, como la explicación “politicista” de la recuperación económica en América Latina. Este enfoque afirma que el modo de producción capitalista atraviesa periódicamente por crisis de acumulación, durante las cuales aumentan la desocupación, el hambre y la miseria de los trabajadores y de las masas populares. Pero admite también que estas crisis, por sí mismas , no llevan a la desaparición del capitalismo. Si la clase obrera no acaba con la propiedad privada y el Estado, el capital finalmente logra imponer las condiciones necesarias para la acumulación . Esto se debe a que durante la crisis bajan los salarios, se disciplina la fuerza del trabajo, cierran las fracciones menos productivas del capital, se acelera la centralización de los capitales, y finalmente retoma la acumulación. Se abre así una fase de ascenso, durante la cual baja la desocupación, los salarios pueden recuperar parte del terreno perdido, y mejoran los indicadores sociales. De manera que si el ciclo alcista se prolonga, la clase trabajadora, o sectores importantes de ella, acceden a bienes de consumo que en otras épocas le estaban vedados. Además, el aumento de la productividad y el desarrollo de las fuerzas productivas tienden a mejorar el nivel de vida de los explotados. Esto último explica que la esperanza de vida de la población mundial, o los índices de nutrición, hayan mejorado en los últimos 100 años, por ejemplo. Sin desconocer por ello que cientos de millones de seres humanos pasan hambre y que otros muchos cientos de millones no tienen satisfechas sus necesidades más elementales.

Crisis estructural, explotación y recuperación económica

Lo ocurrido en América Latina se explica por esta dinámica de crisis, ofensiva del capital sobre el trabajo, restablecimiento de las condiciones necesarias para la acumulación –particularmente aumento de la rentabilidad del capital– y recuperación económica. Solo que en este caso no se trata de un ciclo “normal” de negocios, sino de una larga crisis estructural, que estuvo asociada a la crisis de la industrialización por sustitución de importaciones, y a la mundialización intensificada del capital que le sucedió . En términos generales, la década de 1980 fue de crisis y retroceso en América Latina. La década siguiente, en cambio, no fue solo de caída y retroceso; ni tampoco fue un período de mera especulación financiera y parasitismo, como piensa buena parte de la izquierda, tanto radical como nacionalista. Es que en los noventa se implementaron políticas contrarias a los trabajadores, y aumentaron la desocupación y la precarización laboral, pero también hubo dos fases de expansión de las economías latinoamericanas, así como empezó a aumentar la inversión y  la productividad . Entre 1990 y 1994 América Latina creció a una tasa del 4,1% anual. Este crecimiento fue interrumpido por la crisis del Tequila, en 1995, año en que la economía latinoamericana creció solo el 1,1%. Luego se recuperó, y entre 1996 y 1998 América Latina creció al 3,8% anual; para hundirse en la crisis de 1999 – 2002, cuando solo crece el 1% anual de promedio.

Por otra parte, y según datos del Banco Interamericano de Desarrollo, la productividad en la industria comenzó a mejorar desde inicios de los noventa. De conjunto aumentó, en América Latina, en la industria, al 2% anual entre 1990 y 2005. Si bien es un aumento menor que el de Asia del Este, (3,5%) y el de los países desarrollados, (2,2%), fue significativamente mayor que entre 1975 y 1990, cuando descendió al 0,9% anual. Más elevada fue la tasa a la que aumentó la productividad en la agricultura. Entre 1990 y 2005 se incrementó al 3,5%, a la par de los países desarrollados; entre 1975 y 1990 había crecido al 1,8%. Si bien los niveles de productividad siguen siendo inferiores a los de los países avanzados, hubo una recuperación (a excepción del sector servicios, donde la productividad se mantuvo estancada).

En lo que respecta a la inversión, entre 1993 y 2001 su participación en el PBI se ubicó en el 19,7%. Y la formación bruta de capital creció a una tasa anual del 8,7% entre 1990 y 1994; y del 4,9% anual entre 1995 y 1998, para hundirse entre 1999 y 2003, cuando disminuyó al 1,5% anual (CEPAL; la variación anual se calcula sobre la base de dólares constantes de 2000).

Paralelamente aumentó la desocupación. En primer lugar, porque se incorporaron muchas mujeres y jóvenes al mercado laboral (CEPAL). También por la incorporación de tecnología, y la intensificación y extensión del trabajo (los trabajadores con empleo realizan sobretrabajo, en un mar de desocupados). A esto se sumó la reducción del empleo estatal. La participación de los trabajadores en el sector público bajó durante los noventa, en promedio (para países con información disponible) del 28 al 21% (Contreras y Gallegos, 2007). La caída del empleo estatal fue producto de la reducción del gasto social (en educación, salud, inversiones públicas), y de la “racionalización” (los que conservan el empleo tienen que trabajar a mayor ritmo).

Todo esto explica que entre 1990 y 2002 el promedio ponderado de la tasa de desempleo urbano en América Latina  y el Caribe aumentara del 7,2% al 10,5% (CEPAL 2003). La desocupación debilitó la capacidad de resistencia del movimiento sindical frente al capital. De todas maneras, la pobreza y la indigencia disminuyeron durante la década.

La pobreza bajó desde el 48,3% en 1990 al 43,8% en 1999; en ese lapso la indigencia bajó del 22,5% al 18,5% (CEPAL 2003a). Esto nos da otro indicio de que el proceso fue más complejo de lo que habitualmente se piensa en la izquierda . De la misma forma, en la década de los noventa aumentaron de 9 a 10 los años de escolaridad aprobados; en Brasil, Guatemala y Colombia aumentaron 2 años de estudios aprobados (Contreras y Gallegos, 2007). Sin embargo, “los noventa” se cierran con la profunda crisis de 1999-2002, que implica un gigantesco “ajuste” de los salarios, no solo en Argentina, sino también en Brasil, vía devaluación. El promedio ponderado del salario medio real, para  América Latina y el Caribe, bajó de un índice 100 en 2000, a 94,5 en 2003. (CEPAL 2005). En 2002 el PBI por habitante era 2 puntos porcentuales inferior al de 1997 (CEPAL idem).

Hay que destacar que sobre esta base se produce la recuperación económica a partir de 2003, acompañando a la expansión del mercado mundial . No se puede entender lo que sucedió entre 2003 y 2010 sin hacer referencia al largo proceso de ajuste, racionalización y ofensiva sobre el trabajo. En muchos países estos procesos fueron encabezados por auténticos neoliberales, pero en otros por dirigentes y partidos provenientes del campo “nacional”, o incluso de la izquierda, en alianza con los neoliberales ortodoxos. Son los casos de ex militantes de la Juventud Peronista y Montoneros de los 70s, que participan en el gobierno de Menem; o el de Fernando Henrique Cardoso en Brasil, ex marxista, fundador de la Corriente de la Dependencia, en los sesenta, junto a lo más selecto de la derecha tradicional de estos países. Por eso la política “progresista” de Lula se levanta sobre el terreno preparado por Cardoso, de la misma manera que la política “progresista” de Kirchner lo hace sobre el terreno que el mismo Kirchner ayudó a preparar en los noventa, colaborando con Menem. En otro escrito me he referido al “secreto” de la recuperación argentina a partir de 2002 (ver profundizar ). El proceso en Brasil es similar en muchos aspectos. Hay una dinámica que va de los planes de estabilización de la inflación mediante anclaje cambiario, con la consiguiente apreciación de la moneda y el aumento de las presiones competitivas, y de la desocupación; a las crisis del sector externo, las devaluaciones y la caída de los salarios en términos de dólar .

Así, el plan Real, puesto en marcha en 1994, buscó frenar una inflación que en 1993 había alcanzado el 2000%. Fue entonces un típico plan de “ajuste y estabilización”, que buscó contener la inflación por medio de altas tasas de interés y el retraso cambiario. Además, el gobierno liberalizó y abrió la economía, bajando los aranceles a las importaciones. También flexibilizó el mercado laboral; y se lanzaron los programas de privatizaciones. En consecuencia aumentaron la desocupación y la precarización laboral, a la par que las empresas racionalizaron y aumentaron la productividad .

Sin embargo la sobrevaluación del real, combinada con las crisis asiática y rusa, y la caída de los precios de las exportaciones, terminaron provocando el estallido de la economía entre fines de 1998 y principios de 1999, y la devaluación de la moneda del 40%. A lo que le siguió otra devaluación, aunque de menor magnitud, en 2002. Lo fundamental es que a consecuencia de esta larga crisis y reestructuración del capital, la desocupación pasó del 5,4% en 1994 al 12,3% en 2002; los trabajadores precarizados aumentaron del 20,8% en 1991 al 27% en 2001; la parte de la población cubierta por la previsión social bajó del 61% en 1993 al 53,5% en 2002; y la participación de los asalariados en la renta nacional pasó del 58,3% en 1990 al 46,3% en 2002 (Medialdea García); el coeficiente Gini era 0,573 en 1990 y pasó a 0,59 en 2002, habiéndose mantenido en 0,6 o por encima en buena parte de la década de los noventa.

En este marco, el capital brasileño mejoró su competitividad . En la manufactura la productividad laboral creció a una tasa anual del 7,19% entre 1990 y 1995, y al 8,31% entre 1995 y 2000, contra un descenso de casi el 1,8% anual en la década de 1980 (Bonelli, 2002). Junto a la caída de los salarios en términos reales, esta reestructuración capitalista, y la ofensiva contra el trabajo, generaron las condiciones para el crecimiento de los 2000. Por eso Lula no hizo retroceder las reformas esenciales. Incluso cuando asumió la presidencia, en 2003, presentó un programa fiscal más ajustado –un superávit del 4,25%– del que le pedía el FMI.

De manera que la recuperación, en Brasil y en la mayor parte de América Latina, no se debió a que la política haya retomado el control por sobre la economía , como gusta decir la corriente nacional y popular. Tampoco a que los “grupos de poder” se hayan subordinado al poder político. Lo que ha sucedido es, simplemente, que el capital, con la colaboración del Estado capitalista, terminó imponiendo la ley de hierro que rige la acumulación, a saber, la salida de la crisis se realiza a costa de la clase trabajadora.

Recuperación y mejora de los salarios

La recuperación económica trajo aparejada la recuperación de los salarios. Este hecho no contradice la teoría de Marx, como algunos pueden pensar, sino a la visión catastrofista, que piensa que los salarios están condenados a bajar siempre, en términos absolutos. En Marx no existe tal cosa. La única ley salarial esencial en la teoría de Marx, como señala Rosdolsky, es que el salario nunca puede ascender tanto como para que el capitalista pierda interés en la producción. En otros términos, el salario no puede subir al punto de amenazar o hacer disminuir la ganancia del capital por debajo de ciertos límites. Pero el precio de la fuerza de trabajo depende de una serie de factores. En primer lugar, de la duración e intensidad de la jornada de trabajo. Al aumentar la duración e intensidad de la jornada de trabajo, hay mayor desgaste de la fuerza de trabajo, por lo que pueden crecer simultáneamente el salario y la plusvalía. Cuando se produce la recuperación económica, ambos factores se conjugan. En muchas empresas aumentan las horas trabajadas, muy por encima de las 40 o 44 horas semanales. Además, muchos trabajadores que durante la crisis o la recesión estaban a tiempo parcial, pasan a estar empleados a tiempo completo. Todo esto puede verse  potenciado cuando la acumulación del capital tiene un carácter extensivo; esto es, cuando ocurre con escaso aumento de la inversión de capital fijo por obrero.

Por otra parte el salario está condicionado por la fuerza productiva del trabajo. En la fase alcista del ciclo económico aumenta la productividad, tanto porque disminuye la capacidad ociosa, como por la incorporación de tecnología a medida que se expande la producción. Por este motivo los salarios pueden aumentar en términos reales. En este respecto, la disminución de la desocupación, esto es, el aumento de la fuerza del trabajo, cumple un rol vital. Marx lo señala cuando dice que los trabajadores “fuerzan cuantitativamente una participación en el progreso de la riqueza general” (citado por Rosdolsky). Sin embargo el salario no asciende o desciende mecánicamente según aumente o baje la productividad. Por el contrario, el salario por lo general no aumenta en la medida en que aumenta la produccción, con el resultado de que la tasa de plusvalía, lejos de verse perjudicada por la mejora del salario real , puede aumentar mucho. Los salarios reales en promedio en América Latina aumentaron solo el 10% entre 1990 y 2005; esto equivale solo al crecimiento de los cuatro años que van de 2001 a 2005 (CEPAL 2006). En 2005 el salario promedio en América Latina era de solo 371 dólares, solo 2,8% más alto que en 2002, a pesar del aumento de la producción (idem). Es necesario tener en cuenta que una parte importante de la fuerza laboral se mantuvo debilitada, a pesar de la reducción de la desocupación, porque está precarizada, e imposibilitada de organizarse sindicalmente . Esto ha generado una fractura en las filas de los trabajadores, entre aquellos sindicalizados y con trabajos formales, y los que están precarizados. En 2005, en América Latina, los salarios de los que tenían cobertura social eran al menos dos veces más altos que los salarios de quienes no tenían cobertura (CEPAL 2006).

Por otra parte, con la mejora de las condiciones económicas de la clase trabajadora, pueden mejorar las condiciones de vida de los sectores pauperizados. De todas formas, siempre hay que tener en cuenta que la mejora de las condiciones de vida de la clase obrera es una consecuencia de la mejora en la acumulación . Como sostiene Marx en el capítulo 23 de El Capital, la variable independiente es la acumulación del capital, y la tasa salarial la variable dependiente . La recuperación no se produce porque mejoran los salarios (como pretenden los teóricos subconsumistas), sino los salarios mejoran porque se recupera la economía.

Por último, digamos también que en esta cuestión pueden incidir los intereses del capital, relacionados con la necesidad de mantener y reproducir una fuerza de trabajo que en el futuro esté en condiciones de ser explotada. La desnutrición infantil, la falta de escolarización, de atención sanitaria, etc., deterioran la fuerza de trabajo, y  para el capital esto representa una pérdida potencial de plusvalías futuras. Refiriéndose a la malnutrición infantil en India, The Economist dice:

“La malnutrición significa una pesada carga para India. (…) Los niños que están mal nutridos tienden a no alcanzar su potencial, físico o mental, y se desempeñan peor en la escuela. Esto tiene un impacto directo en la productividad: el Banco Mundial reconoce que en los países asiáticos de bajos ingresos los deterioros físicos causados por la malnutrición significan un recorte del 3% del PBI” ( The Economist , 25/09/10).

En Argentina, por ejemplo, la clase dominante tomó con preocupación el aumento de la desnutrición infantil, debido al deterioro que implica a largo plazo para la futura fuerza de trabajo. También existe mucha preocupación por el bajo nivel de la enseñanza, y la crisis educativa general.

Lógicamente, asimismo existen cuestiones relacionadas con la legitimación de los gobiernos, y del aparato del Estado. Las noticias sobre la muerte de niños por desnutrición, o enfermedades relacionadas con la pobreza extrema, a veces golpean a las buenas conciencias, y obligan a actuar a los gobiernos. Marx se refería al “componente moral” que existe en la determinación del salario; esto se puede extender seguramente a las decisiones atinentes a planes sociales y de socorro frente a algunos casos de extrema penuria y hambre.

Plusvalía e independencia de clase

En base a lo expuesto, podemos concluir que la mejora del salario en América Latina no se ha debido a que subió la fracción de la burguesía “amiga de los trabajadores”, sino al cambio en la situación económica del capitalismo. La mejora económica del capitalismo tampoco se produjo porque hubiera tomado las riendas la fracción “industrialista” o “productiva” de la clase dominante, sino porque los “ajustes” aplicados al calor de la larga crisis de los ochenta y noventa, permitieron restablecer las condiciones para la extracción y reinversión de la plusvalía. En este respecto, el enfoque “catastrofista” no puede responder a quienes se alinean, con argumentos de izquierda, con las burguesías “nacionales y progresistas” de América Latina.

El marxismo puede dar una explicación coherente de lo sucedido. Entender la naturaleza del salario, y su relación con la plusvalía, y con el ciclo capitalista, es esencial para una política y una estrategia que tenga como centro la independencia de clase. De aquí también la importancia política que cobra la lectura de “El Capital” . En particular, se puede explicar por qué l as clases dominantes en América Latina, y el capital internacionalizado, no tienen ningún interés en promover golpes militares. Los negocios marchan aceptablemente bien, con las lógicas tensiones y conflictos entre fracciones o clases de cualquier país capitalista. También se puede comprender por qué la clase capitalista que apoyó, en prácticamente todas sus variantes, los “ajustes” de los noventa, tome como modelos a imitar a gobiernos “izquierdistas”, como el de Lula o Tabaré, o a los gobiernos “socialistas” de Chile.

En cuanto a la crítica marxista, es importante tener en cuenta que la misma no pasa por sostener la tesis, falsa, de que los salarios bajan siempre. Lo esencial de la teoría de Marx, como señala Rosdolsky (y Rosa Luxemburgo) es el descubrimiento de que el sistema del trabajo asalariado es un sistema de esclavitud, donde la tasa de explotación puede aumentar a medida que se desarrollan las fuerzas productivas, sin importar si el obrero recibe una mejor o peor paga . Este es el punto de partida para sostener una política de independencia de clase frente al capital y su Estado.

Textos citados

Bonelli, R. (2002): “Labor Productivity in Brazil During the 1990s” Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada, IPEA.

CEPAL (2010): “Anuario Estadístico de América Latina y el Caribe”.

CEPAL (2008): “Panorama social de América Latina y el Caribe”.

CEPAL (2006): “Panorama social de América Latina”.

CEPAL (2005): “Estudio Económico de América Latina y el Caribe”.

CEPAL (2003a): “Panorama social de América Latina y el Caribe”.

CEPAL (2003): “Estudio Económico de América Latina y el Caribe”.

Contreras, D. y Gallegos, S. (2007): “Descomponiendo la desigualdad salarial en América Latina: ¿Una década de cambios?”, CEPAL

Medialdea García; B. (2003): “Un caso ‘exitoso' de ajuste y estabilización: inestabilidad financiera y regresión social en la economía brasileña”, Departamento de Economía Aplicada I, Universidad Complutense Madrid.

Rosdolsky, R. (1983): Estructura y génesis de El Capital de Marx , México, Siglo XXI.

Fuente: https://rolandoastarita.wordpress.com/2010/11/17/crecimiento-catastrofismo-y-marxismo-en-america-latina/

 
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